Melibea: percibida y reflejada

 

Cómo aproximarse a un personaje en “La Celestina

El gran inconveniente para el análisis de Melibea (o de cualquier personaje en La Celestina), es básicamente la imposibilidad de encontrar una imagen objetiva de los personajes de Rojas en el libro. Esto se debe a que La Celestina es una obra relatada en diálogo, por consiguiente, no existe un narrador omnisciente que permita ver a los personajes desde una visión panorámica; el lector debe basar su caracterización en lo que digan o dejen de decir los mismos personajes.

Rojas no los retrata desde un primer momento, no deja claro quiénes son, qué sueñan, ni qué sienten; más bien, ellos mismos son quienes se van mostrando poco a poco,

“surgen lentamente, en sus pocos hechos, en sus muchas palabras, frente a los otros en diálogo y frente a sí mismos en soliloquios y, además, en el juego mutuo de los juicios, descripciones y reacciones de los demás personajes, no pocas veces contradictorios o equivocados, ya que en ellos retratan no sólo al personaje en cuestión, sino principalmente a sí mismos.”[1]

Esta descripción de Lida de Malkiel le abre al lector los dos caminos fundamentales que  se deben tomar para el estudio de los personajes en La Celestina: por un lado, el reflejo que da el personaje desde sus propias acciones y sus diálogos; y por el otro, la percepción que dejan de él los demás personajes, es decir, cómo lo ven o qué piensan de él.

Pero aunque estos dos caminos son la única manera de reconstruir la personalidad de un personaje, nunca deben tomarse por sentados: el lector no debe dejarse convencer completamente por las caracterizaciones que se hacen en la obra ya que, por ejemplo, en el estudio del personaje desde los ojos de los demás (lo llamaré estudio perceptivo), las caracterizaciones varían dependiendo del personaje que las hace; se polarizan en la opinión personal y absolutamente subjetiva de cada uno de ellos, por lo que no permiten ver una realidad única que deje claro quién es el personaje, sino que nos muestran quién es ese personaje desde los ojos del otro. El lector, por ejemplo, no puede tomar como ciertas e invariables las descripciones de Melibea que hace Calisto en todo el transcurso de la obra, porque la divinización física y mental que le hace Calisto a su amada se contrasta radicalmente con la opinión que tienen las prostitutas Elisa y Areúsa de la misma Melibea, y ninguna de las dos opiniones debe tomarse como más cierta que la otra. Todas las percepciones deben ser tomadas entonces con bastante precaución, no deben ser aceptadas como verdades universales sino mejor como verdades individuales; como Melibeas distintas que cada personaje forma a su medida y gusto; se crea una Melibea diferente para cada uno de los personajes de la obra.

Pero para desentrañar el interior de un personaje; para poder entender lo que da vueltas en su cabeza; para saber qué siente y qué desea, sería una desfachatez estudiarlo desde la opinión de los otros: es necesario agarrarse al personaje en cuestión y desmenuzarle sus palabras y sus actos, recogiendo todo lo que quiera entregar, aceptando todo lo que  permita conocer, claro está, ateniéndose a buscar dentro de los límites que él mismo nos impone, “we cannot know more about the psychology of the characters than what they are willing to tell us”[2]. El estudio de la mente de un personaje en La Celestina se cierra a lo que el personaje esté dispuesto a entregar; lo que no dice en sus diálogos jamás podrá ser conocido; el lector debe atenerse a estudiar al personaje ciñéndose al límite que ponen sus palabras. Al igual que la descripción física del personaje sólo puede ser vista desde el estudio perceptivo, el análisis de su interior se cierra a lo que el personaje diga con sus palabras (estudio reflexivo), “to what they can think and feel in words”[3].

Gilman abre con esta frase un nuevo camino para estudiar a los personajes de La Celestina: no sólo desde lo que piensan con sus palabras, sino también desde lo que sienten con ellas. Rojas expone a sus personajes no sólo como seres pensantes conscientes (lo que sería para Descartes cogito ergo sum); sino además como seres sensibles conscientes, sentio ergo sum. Muestra el hecho de sentir tan real y tangible para los personajes como el hecho de pensar; ellos no sólo sienten el dolor, la angustia o la felicidad que algo les produce, sino que son conscientes de este sentimiento y por medio de las palabras le permiten al lector saber qué sucede en el fondo de sus almas; ellos no existen sólo porque piensan, sino también por un factor que en sus diálogos tiene mucha importancia: el mundo de las sensaciones. En los personajes de La Celestina se puede encontrar una constante alusión a sus sentimientos, a lo que les duele, a lo que aman, por lo que sufren: “Ya me reposa el coraçón, ya descansa mi pensamiento, ya reciben las venas y recobran su perdida sangre, ya he perdido temor, ya tengo alegría”[4]; “¡O la más de las tristes triste! ¡Tan tarde alcançado el placer, tan preso venido el dolor!”[5]. Como estos ejemplos se pueden encontrar otros muchos que, regados por toda la superficie de la obra, permiten afirmar la importancia que tienen los sentimientos en el diálogo de los personajes.

El crítico y filósofo García Bacca dedica todo un artículo al estudio de esta forma de consciencia en los personajes de La Celestina: él afirma que la conciencia sentimental es la única manera de poder conocer verdaderamente cualquiera de las vidas que pasan por la obra; en su existencialismo afirma que “conciencia es conciencia sentimental, hombre es ser que siente y existe sintiéndose, porque se siente ya en la medida que se siente”[6], contrapone esta afirmación con la visión del raciocinio como madre de la existencia humana porque, según él, al pensar y al expresar sus pensamientos es cuando el hombre se nota menos hombre, menos natural, menos ser en comparación con el hecho de sentirse, que es el impulso más básico y natural que puede permitirle al hombre cerciorarse de su existencia.

Pero al analizar minuciosamente a cualquier personaje de La Celestina, el lector se da cuenta de que el aporte de García Bacca no puede ser considerado como el único método de análisis porque la personificación de los personajes necesita de ambas corrientes de conciencia para poder considerarse completa. Aunque una parte muy grande de su caracterización sí se debe a los sentimientos que reflejan los personajes, sus creencias, sus filosofías y sus maneras de percibir y entender el mundo y la vida también son fundamentales para poder conocerlos con profundidad; si sólo se estudiase a un personaje desde su conciencia sentimental, el carácter quedaría indudablemente incompleto. Esto es porque todos los seres que viven sus vidas en La Celestina tienen ambas consciencias y, no sólo las tienen ambas, sino que están viajando de una a otra continuamente; no se mantienen en la razón o en la pasión, sino que viven en un constante cambio de un lado al otro y, en la mayoría de los casos, este viaje no suele ir por aguas calmas; las dos conciencias se encuentran en una lucha permanente por la hegemonía en el cuerpo: “each of the lives of “La Celestina” is engaged in a […] similar struggle of consciousnesses, in rationalization of sentiment, and sentimentalization of reason”[7]. Cada una de las conciencias lucha por ponerse encima de la otra y, no sólo dentro del cuerpo, sino también entre las percepciones del mundo que tienen los distintos personajes: los que están dominados por la razón, como el caso de Pármeno en una primera parte, luchan no sólo dentro de sí mismos, sino también buscan concientizar racionalmente a los que están bajo el poder de los sentimientos, personificados, por ejemplo, en Calisto. Y también está la lucha contraria: la razón siendo expulsada por la conciencia pasional: en Melibea se encuentra el caso más representativo y crucial de toda la obra basado en esta lucha entre las dos corrientes mentales: por una parte, interiormente Melibea es una mujer con sueños y aspiraciones muy grandes pero que por mantenerse dentro de los límites establecidos por la sociedad cortesana del momento, no permite a sus pasiones liberarse del encierro; claro está que estas están siempre golpeando, intentando salir, esperando el momento en que se abra un espacio para romper la pared y mostrar su cara al mundo; y es con la ayuda de una lucha externa entre Celestina, representante de la vida conducida por las pasiones, y la misma Melibea, pregonante de la vida bajo el poder de la  razón, que estas pasiones logran salir a la superficie y darle el nudo a la obra de Rojas.

Las caras de Melibea

Como se explicaba anteriormente, lograr reconstruir a un único personaje de Melibea es una tarea muy difícil. La falta de un ojo neutral y objetivo obstruye el camino para poder llegar a esta reconstrucción. En realidad, la única caracterización objetiva que se encuentra de Melibea en toda la obra, es en el “Argumento”, atribuido al primer escritor anónimo, en el cual se da una descripción superficial del personaje: “mujer moça muy generosa, de alta y sereníssima sangre, sublimad[a] en próspero estado, una sola heredera a su padre Pleberio, y de su madre Alisa muy amada”[8]. Lo que intenta hacer el primer escritor con esta descripción es simplemente crearle un contexto resumido al lector, darle un imagen básica del personaje para ambientarlo en el espacio de su obra. Retrata a una típica doncella de la nobleza medieval, no abunda en sus detalles físicos ni psicológicos, para así permitirle a Melibea caracterizarse por sí sola en el transcurso de la historia.

Melibea exteriormente

Como se había expuesto anteriormente, es imposible encontrar una caracterización física de Melibea dentro de sus propias palabras. Para pintar a Melibea físicamente se deben buscar los elementos en lo que dicen los demás. Y aunque el estudio perceptivo de Melibea pueda ser peligroso por su alto nivel de subjetividad, sí se puede encontrar en las voces de los personajes, algunos datos que le permiten al lector darse una idea física del personaje en cuestión.

La alusión a la belleza de Melibea es constante en toda la obra, exceptuando la descripción esperpéntica que hacen de ella las envidiosas prostitutas Elisa y Areúsa: “Dios me lo demande, si en ayunas la topasses, si aquel día pudieses comer de asco. […] unas tetas tiene, para ser doncella, como si tres vezes hoviesse parido; no parecen sino dos grandes calabaças. El vientre, no se le [he] visto, pero juzgando por lo otro, creo que le tiene tan floxo como vieja de cincuenta años”[9]. A parte de estas descripciones, es concurrente encontrarse con que los personajes la ven como a una bella joven: la primera descripción física de Melibea, es el retrato hecho por Calisto a su vasallo Sempronio[10]; comenzando por la cabeza y terminando con los pies, Calisto va retratando una por una, todas las partes del cuerpo de Melibea. Esta, más que una imagen realista, es una típica descripción física de la amada hecha por su amante cortesano. Rojas no busca mostrarle al lector cómo es su personaje, simplemente lo describe como insistían los manuales de retórica medievales y se burla de estas descripciones demostrando lo poco que el lector podía sacar de ellas.

Pero aparte de las abundantes alabanzas de Calisto a la belleza de Melibea, también se puede encontrar otras en los demás personajes, un poco menos arbitrarios, que ayudan a la reconstrucción física de Melibea. Celestina también alude a la belleza física de esta como reflejo de su interior virtuoso, “no puedo creer que en balde pintasse Dios unos gestos más perfetos que otros, más dotados de gracias, más hermosas faciones, sino para fazerlos almacén de virtudes, […] como a ti.”[11] y aunque también puede considerarse una descripción interesada, es una alusión más que se suma al resto. Y no todas las alabanzas a la belleza física de Melibea son expresadas con intenciones o locuras amorosas tras de ellas: Sempronio, sin tener interés alguno al decir sus palabras, también manifiesta su atracción física hacia Melibea, “aquella graciosa y gentil Melibea”[12]; o en un diálogo que entre Sosia y Tristán hablan de la suerte que tiene su amo por estar con ella:

TRISTÁN. Oygo tanto, que juzgo a mi amo por el más bienaventurado hombre que nasció. Y, por mi vida, que, aunque soy mochacho, que diesse tan buena cuenta como mi amo.

SOSIA. Para con tal joya quienquiera se ternía manos”[13].

Se puede afirmar, entonces, que cuando algún personaje habla físicamente de Melibea usualmente la describe como a una mujer bella. El problema es que aparte de esa belleza general, en la obra no se encuentran alusiones más precisas acerca de su físico y, fuera de la primera descripción hecha por Calisto ya comentada anteriormente, la poca preocupación del autor por la caracterización exterior de sus personajes no permite llegar más lejos.

El interior de Melibea

Pero al contrario del físico, la mente de Melibea sí está desarrollada profundamente en el transcurso de la obra y, para poder estudiarla completamente, se debe tener en cuenta la facultad de cambio que tiene su personalidad. El lector no se puede dejar llevar por las primeras actitudes y los primeros esbozos de caracterización dados a Melibea al comienzo del libro porque su personalidad es todo menos estática; está en un desarrollo y en un cambio constante que no termina sino hasta con su muerte. Por esa razón, para abarcar el carácter de Melibea se debe tener en cuenta este cambio y al estudiarla toca tener claro que no hay un sólo carácter por estudiar, sino dos personalidades que se contraponen en el antes y el después del hechizo hecho por la Celestina.

Antes de que Celestina actúe y transforme la personalidad de Melibea, esta se muestra como una joven de carácter fuerte y de voluntad decidida que quiere tener el control sobre su vida y su destino basándose  en las leyes morales que la sociedad cortesana de la época le ha inculcado. Se dice que Rojas utiliza este estereotipo típico de la mujer de la comedia humanística, en parte por la necesidad artística de hacerle un contrapeso de raciocinio a la  Celestina y a sus deseos de hechizarla, y también para que, al darse el cambio en su personalidad, se genere un contraste más fuerte que resalte y divida radicalmente a ambas personalidades en dos visiones completamente distintas de ver el mundo.

Desde su primera aparición, Melibea se muestra con esta actitud típicamente cortesana. Ante las declaraciones amorosas de Calisto, ella responde indignada que no tolerará que se le hable de esa manera irrespetuosa y que para conseguir su amor se debe perseverar: “Calisto, has seýdo [como] de ingenio de tal hombre como tú haver de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo”[14]. Sus palabras reflejan a la mujer cortesana de la época: amarrada a sus creencias religiosas, vanidosa de su honra y de su nombre, seguidora de la moral inculcada por sus padres y decidida a no caer bajo las trampas del amor pasional. Esta misma actitud de fortaleza y raciocinio se afirma más tarde en el diálogo entre ella y Celestina, en el que la alcahueta le propone a la joven caer en las redes del amor ilícito y pasional, pero al cual Melibea se niega rotunamente reafirmando que su honestidad y su nombre son más importantes que sanar a un loco de amor: “¿Querrías condenar mi onestidad por dar vida a un loco? ¿Dexar a mí triste por alegrar a él y llevar tú el provecho de mi perdición, el galardón de mi yerro? ¿Perder y destruyir mi casa y la honrra de mi padre, por ganar la de una vieja maldita como tú?”[15]. Melibea pone su carácter fuerte y decidido sobre la pasión y el amor; genera una barrera hasta el momento intraspasable para la Celestina y sus deseos de emanciparla de las leyes de la conducta social; actúa honestamente, con responsabilidad y sensatez para no permitir que le arrebaten su honra y su virginidad. Calisto se da perfecta cuenta de esta actitud de Melibea, se da cuenta de esta barrera intraspasable; de su actuar defensivo que busca no ser vulnerado por ningún flanco:

“esta mi señora tiene el coraçón de azero. No ay metal que con él pueda, no ay tiro que le melle. Pues poned escalas en su muro: unos ojos tiene con que echa saetas, una lengua llena de reproches y desvíos; el asiento tiene en parte que a media legua no le pueden poner cerco”[16].

Pero la barrera de Melibea no es del todo intraspasable y Celestina se da cuenta de esto. Por un lado, se encuentra con que junto a ese carácter indestructible hay un corazón blando y unas creencias religiosas que unidas a la inocencia y a la ingenuidad juvenil, le forman una vacilo por donde podrá entrar el hechizo, dice Melibea:

“yo soy dichosa si de mi palabra ay necessidad para salud de algún cristiano, porque hazer beneficio es semejar a Dios, y el que le da le recibe quando a persona digna de él le haze. Y demás desto dizen que el que puede sanar al que padece, no lo faziendo, le mata. Assí que no cesses tu petición por empacho ni temor. […] todo viene de buena parte, de lo passado aya perdón; que en alguna manera es aliviado mi coraçón, viendo que es obra pía y santa sanar los passionados y enfermos”[17].

Celestina le hace creer a Melibea que todo es por un simple acto de misericordia y logra recibir de ella lo necesario para llevar a cabo su hechizo.

Pero además de esa debilidad, Celestina percibe en Melibea otra característica importante por la cual logrará hacerla caer en las redes de Calisto. La alcahueta insinúa que aunque la actitud de Melibea ante las propuestas de Calisto sea esquiva y desdeñosa, en realidad ella sí siente un fuerte amor por dentro pero lo que le impide expresarlo es su posición de doncella que tiene unas obligaciones sociales que no se lo permiten:

“aunque están abrasadas y encendidas de vivos fuegos de amor, por su honestidad muestran un frío esterior, un sosegado vulto, un aplazible desvío, un constante ánimo y casto propósito, unas palabras agras, que la propia lengua se maravilla del gran sufrimiento suyo, que la fazen forçosamente confessar el contrario de lo que sienten”[18].

Insinúa que si no fuese por la honra de la familia, y las leyes morales que Melibea tiene encima, esta caería sin duda alguna en los brazos de Calisto. Su trabajo entonces, no es enamorarla, sino liberarla de sus ataduras.

Con esta sugestión de Celestina y el próximo soliloquio declarativo de Melibea, se abre la gran cuestión sobre el personaje: si fue el hechizo hecho por parte de la Celestina, philocaptio, el cual le generó el amor por Calisto; o si el amor ya existía en su cuerpo y Celestina sólo actuó sobre ella dialécticamente, convenciéndola de sacar a flote todo eso que ya llevaba por dentro. La respuesta a este problema es bastante difícil de concretar ya que Melibea en sus declaraciones se expresa poco claramente, con confusión y a veces contradictoria. Por esta nubosidad que no permite ver el problema claramente, es preferible dejar la pregunta abierta y simplemente analizar y exponer los puntos que pueden inclinar la balanza hacia un lado o hacia el otro.

El Auto X (pp. 439-455) es fundamental para analizar la anterior cuestión porque es en este donde se genera el quiebre entre la Melibea cortés de los primeros autos, y la amante pasional que se ve en el resto de la obra. En la cena 1ª Melibea descubre en su soliloquio todo lo que piensa y siente, sin dejar escondido absolutamente nada; pone sobre la mesa todas las represiones que tenía guardadas; saca sus secretos escondidos y revela todo aquello que a nadie le había dicho antes.

Este es un monólogo muy importante porque permite darse cuenta de la verdadera personalidad y los verdaderos sentimientos de Melibea. Se puede tener absoluta fe en la sinceridad de sus palabras ya que, al estar ella completamente sola y hablándose sólo a sí misma, no tiene necesidad de esconder ni de censurar sus palabras por miedo a las represiones morales o sociales; saca todo lo que hay en el fondo de su alma, desnudando su interior ante el lector como su único cómplice.

En contraposición a lo que se había podido ver de la actitud de Melibea ante Calisto anteriormente, una actitud reticente y cortesana, en éste monólogo, y acompañada únicamente del lector y de su soledad, Melibea descubre por primera vez los verdaderos sentimientos que le aquejan el alma. Declarando que ella también quedó enamorada de Calisto desde su primera visita en el huerto, es decir, antes de ser hechizada.

Volviendo al dilema anterior, esta declaración podría verse como si sus sentimientos hubiesen sido sesgados por parte del philocaptio, haciéndole creer cosas que ella antes no tenía dentro de su corazón; es decir, el hechizo le ha hecho creer que ella amaba a Calisto desde la primera vez que lo vio. Pero también podría ser vista como una verdadera declaración de amor, la cual siempre había existido dentro de ella pero que hasta ese momento no se había atrevido a declarar abiertamente. El problema de tratar con hechicería es que el lector no sabe hasta qué punto esta puede llegar: el hechizo pudo haber sido tan poderoso que no sólo enamoró a Melibea de Calisto, sino que llegó hasta confundirle sus sentimientos del pasado haciéndole creer que lo había amado desde siempre; o pudo ser un hechizo que simplemente le emancipó sus emociones ya existentes y reprimidas, dándole la fuerza para abrirle las puertas al amor.

Pero la importancia de éste monólogo no queda sólo en haber declarado su amor por Calisto, ya que esta sola declaración llevaría a creer que sí quedó hechizada por la alcahueta; lo crucial es que, aunque muestra su deseo por él, sigue actuando como una doncella respetable que mantiene sus valores. Expresa su temor y su deseo por poder reprimir y esconder esas pasiones que le aquejan; declara que les teme a esas pasiones porque le destruyen su comportamiento moral y socialmente aceptado; dice que desearía poder gritar sus sentimientos al mundo, pero sin que tenga que sufrir su nombre y la honra de su familia al hacerlo:

“¡O mi fiel criada Lucrecia! ¿Qué dirás de mí, qué pensarás de mi seso, quando me veas publicar lo que a ti jamás he quesido descobrir? ¡Cómo te espantarás del rompimiento de mi honestidad y vergüença que siempre como encerrada donzella acostumbré tener! […]¡O soberano Dios! […] húmilmente suplico des a mi herido coraçón sufrimiento y paciencia, con que mi terrible passión pueda dissimular. No se desdore aquella hoja de castidad que tengo assentada sobre este amoroso desseo, publicando ser otro mi dolor, que no el que me atormenta”[19].

Muestra una conciencia de lo que le está sucediendo; no está sesgada por su amor a Calisto; y si llegase a estar hechizada, el hechizo no llegó a traspasarle sus creencias morales ya que estas se mantienen intactas porque no será hasta su siguiente conversación con Celestina, que logre tomar finalmente la decisión de liberarse de lo que la ata, para poder amar a Calisto locamente sin pensar en lo que pueda suceder después.

El problema es que en el momento del soliloquio, Melibea aún tiene sus deseos reprimidos y estos le causan un profundo dolor en el corazón. Dice que no tiene claro por qué le duele el pecho; dice que no entiende por qué está sufriendo tanto. Por esta razón, hace llamar a Celestina para que le cure su mal. En este diálogo con Celestina, Melibea actúa como si no comprendiese lo que sucede dentro de ella: para los ojos del lector, y de Lucrecia, ella tiene un mal del cual no sabe absolutamente nada pero en el fondo se puede percibir que ella sí conoce el por qué de tanto dolor en su alma; puede darse cuenta de que el dolor es causado por la represión amorosa que tiene dentro de su cuerpo y sabe que la única medicina para curarle ese dolor es liberar sus emociones, dejando libre su pasión oprimida. Pero necesita que alguien más se lo diga. No quiere creer que eso que pasa por su mente sea cierto y, si lo es, quiere que sea otro quien le dé la noticia. Por eso llama a Celestina: para que le diga esas palabras que ella aún no se atreve a decir; para que le diga que está enamorada y que la única manera de aliviar su corazón es dándole rienda suelta a ese amor; poniéndolo encima de cualquier otra cosa; viviendo y muriendo solamente por él y para él.

Decide no romper con su moral y su estatus hasta no oír las palabras de boca de Celestina. Antes de esto, Melibea se mantiene dentro de su caparazón, sufriendo el dolor que tiene en el alma, rechazando toda cura que pueda romperle su honra. Pero el dolor sigue creciendo, la pena sigue expandiéndose dentro de su cuerpo hasta el punto de tener que pedirle a Celestina que le sane el corazón haciendo lo que deba ser hecho, sin importar las consecuencias:

“Di, por Dios, lo que quisieres, haz lo que supieres; que no podrá ser tu remedio tan áspero que yguale con mi pena y tormento. ¡Agora toque en mi honrra, agora dañe mi fama, agora lastime mi cuerpo! Aunque sea romper mis carnes para sacar mi dolorido coraçón, te doy mi fe ser segura y, si siento alivio, bien galardonada”[20].

Esta es una primera declaración de deseo de cambio: la rectitud de Melibea ha comenzado a doblegarse bajo el poder dialéctico de la alcahueta; sus creencias religiosas y morales ya no son lo suficientemente fuertes para mantener su imagen de noble doncella; su alter ego necesita salir de su cuerpo, como sea que tenga que salir. Y luego de que Celestina le dice finalmente las palabras que ella esperaba oír, Melibea declara su liberación, grita al mundo entero su amor por Calisto:

“Quebróse mi honestidad, quebróse mi empacho, afloxó mi mucha vergüença, y, como muy naturales, como muy domésticos, no pudieron tan livianamente despedirse de mi cara que no llevassen consigo [mi] color por algún poco de espacio, mi fuerça, mi lengua y gran parte de mi sentido […] Pospuesto todo temor, has sacado de mi pecho lo que jamás a ti ni a otro pensé descubrir. […] ¡O mi Calisto y mi señor, mi dulce y suave alegría! Si tu coraçón siente lo que agora el mío, maravillada estoy como la absencia te consiente vivir”[21]

Con esto, Melibea deja atrás su antiguo carácter: rompe con su honestidad, afloja su vergüenza, olvida sus deberes morales y sociales para finalmente entregarse al amor.

Pero hay una característica muy importante en Melibea que, a diferencia del resto de su personalidad, no cambia nunca: su voluntad fuerte y decidida. Este es un rasgo de su carácter que se mantiene intacto en todo el transcurso de la obra: por más de que haya dejado atrás sus valores; por más de que se haya olvidado de sus responsabilidades como hija; por más de que haya decidido serle infiel a toda la estructura social de la que antes formaba parte, nunca deja de ser fiel y constante consigo misma, y nunca pierde su decisión de forjarse su propio destino a su manera sin permitir que nada ni nadie la detenga.

Claro que la actitud decidida e invulnerable de Melibea ahora apunta hacia el lado contrario: antes de la liberación de su amor, Melibea utilizaba su voluntad fuerte para mantenerse dentro de las normas; para alejar todo lo que no fuese honesto y correcto; para rechazar lo impío y lo ilícito. Ahora, luego de su cambio de conciencia, luego de pasar de la razón a la pasión su fortaleza la lleva a la deshonestidad, a la rebeldía, a desechar su honra y la de sus padres. Esa deshonestidad frente a sus padres se deja vislumbrar no sólo desde las palabras de Melibea, sino también en lo que piensan ellos de su hija. Pleberio y Alisa aún la ven como un niña inocente e ingenua, quien no conoce las facultades del amor ni la existencia de los hombres. Creen en su virginidad, y en que ellos son lo único que existe en su vida: “¿Quién no se hallará gozoso de tomar tal joya en su compañía, en quien caben los quatro principales cosas que en los casamientos se demandan, conviene a saber: lo primero, discrición, honestidad y virginidad”[22]; pero la anterior creencia de Pleberio, aunque mal informada de las andanzas de su hija, no llega a ser tan extremista como lo que piensa Alisa:

“¿Y piensas que sabe ella qué cosa sean hombres, si se casan o qué es casar? ¿O que del ayuntamiento de marido y mujer se procreen los hijos? ¿Piensas que su virginidad simple le acarrea torpe desseo de lo que no conosce ni ha entendido jamás? ¿Piensas que sabe errar aun con el pensamiento? No lo creas, señor Pleberio, […] Que yo sé bien lo que tengo criado en mi guardada hija”[23].

Se puede ver en las palabras de Alisa la absoluta deshonestidad de Melibea frente a sus padres: todo lo que ellos creen sobre su hija es una gran equivocación; viven en un sueño donde todo es hermoso, donde su hija es fiel a la religión y a la sociedad. Pero la realidad va en sentido contrario a sus creencias: Melibea ha dejado su inocencia y su virginidad en el pasado, junto con la razón, los valores y la moral católica; y todo por el amor a Calisto: “¡Afuera, afuera la ingratitud, afuera las lisonjas y el engaño con tan verdadero amador, que ni quiero marido, ni quiero padre ni parientes! Faltándome Calisto, me falte la vida, la qual, por que él de mí goze, me aplaze”[24].

Melibea deja todo su pasado en el basurero por comenzar su nueva vida pasional con Calisto. Su amor por él va sobre cualquier otra cosa en el universo; se entrega a él sin barreras ni ataduras; la razón ha pasado a ser la esclava de la pasión. Todo se mueve alrededor de su amor; lo único que quiere y en lo único que piensa es en él, en no perderlo nunca, en seguirlo a donde vaya, “Haga y ordene de mí a su voluntad. Si pasar quisiere el mar, con él yré; si rodear el mundo lléveme consigo; si venderme en tierra de enemigos, no rehuiré su querer. Déxenme mis padres gozar dél, si ellos quieren gozar de mí”[25].

Pero a pesar de estar locamente enamorada de Calisto; aunque su vida sea guiada únicamente por sus instintos y pasiones, Melibea nunca deja de ser consciente de lo que le sucede. Ella no tiene su pensamiento bloqueado por el amor; su pasión no le obstruye la visión de lo que está haciendo. A diferencia de la típica locura de amor, la cual se ve representada en la actitud de Calisto, ella sí conoce la razón por la cual actúa de esa manera tan inverosímil; ella sabe que aunque es libre de amar, ha perdido la libertad de razonar; el amor le bloquea las acciones y ella es consciente de que lo hace, “quán cativa tengo mi libertad, quán presos mis sentidos de tan poderoso amor del muerto caballero que priva al que tengo con los vivos padres”[26]. Es un caso muy particular, porque se supone que el loco de amor no sólo sesga sus acciones sino también su pensamiento pero, en el caso de Melibea, sólo sus actos pierden la razón mientras que su mente sigue funcionando; está loca de amor por Calisto y es consciente de esa locura; es consciente de que el amor no le permite actuar: “quando el coraçón está embargado de passión, están cerrados los oýdos al consejo”[27]. Pero lo que es más particular aún, es que no sólo conoce su locura, no sólo sabe que está siéndole infiel a sus padres, sino que además sufre por ello; sufre por serle deshonesta a Pleberio y a Alisa; le duele el alma por cometer esos actos impíos. Todo el discurso declaratorio que le hace a su padre antes de suicidarse intenta expresar ese conflicto interno que le hiere profundamente el corazón, sufre por hacerle tanto mal al que le dio la vida pero, aún así, decide seguir a su amor hasta la muerte: “Lastimado serás brevemente con la muerte de tu única fija. Mi fin es llegado, llegado es mi descanso y tu passión, llegado es mi alivio y tu pena, llegada es mi acompañada hora y tu tiempo de soledad. No havrás, honrrado padre, menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo”[28].

Y así termina la vida de Melibea: dejando atrás al raciocinio, olvidando el amor de sus padres, dejándose llevar sólo por el corazón, por su amor y su fidelidad a Calisto, por volver a estar con él en el mundo de los muertos. Nada importa más que volver a estar con él; nada más importa que mantener su palabra y seguirlo a donde quiera que vaya:

“¿qué crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado, que viviesse yo penada! Su muerte convida a la mía, combídame fuerça que sea presto, sin dilación; múestrame que ha de ser despeñada, por seguille en todo. […] Y assí contentarle he en la muerte, pues no tuve tiempo en la vida. ¡O mi amor y señor Calisto, espérame, ya voy!”[29].

Su amor no sólo llevó a la muerte de Calisto, de Pármeno, de Sempronio y de la Celestina, sino además a la suya propia, y con su muerte dejó en la soledad y en la tristeza a sus padres, sin una hija a quién amar. Todo por culpa del Eros todopoderoso. Él y sólo él fue quien los llevó a todos al infierno:

“¿quién forçó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerça del amor? […] ¡O amor, amor! ¡Que no pensé que tenías fuerça ni poder de matar a tus subjetos! […] No pensé que tomavas en los hijos la venganza de los padres. Ni sé si hieres con hierro, ni si quemas con fuego. Sana dexas la ropa, lastimas el coraçón. Hazes que feo amen y hermoso les parezca. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién puso nombre que no te conviene? […] ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros que ella para tu servicio enponçoñado jamás halló. Ellos murieron degollados, Calisto despeñado, mi triste fija quiso tomar la muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron, amargos hechos hazes”[30].

Bibliografía

–          AGUIRRE, J. M., Calisto y Melibea, amantes cortesanos. Zaragoza 1962.

–          GARCÍA BACCA, Juan David, “Sobre el sentido de conciencia en La Celestina. Revista de Guatemala, Guatemala 1945.

–          GILMAN, Stephen, The art of La Celestina. Madison 1956.

–          GILMAN, Stephen, “Tiempo y género literario en La Celestina”. Revista de Filología Hispánica No. VII, 1945.

–          LIDA DE MALKIEL, Maria Rosa, Dos obras maestras españolas: El libro del bueno amor y La Celestina, EUBA, Buenos Aires 1966.

–          MARTINEZ DE TOLEDO, Alfonso, Arciprese de Talavera o Corbacho, Madrid 1970.

–          ROJAS, Fernando de, La Celestina, Edición de P. Russell, Editorial Castalia, Madrid 2001.

–          RUSSELL, Peter E., Temas de La Celestina y otros estudios del Cid al Quijote, Barcelona 1978.

–          SAN PEDRO, Diego de, Carcel de amor. Edición de Kieth Whinnam, Madrid 1971.


[1] Lida de Malkiel, M. R., Dos obras maestras españolas: El libro del buen amor y La Celestina,  EUBA, Buenos Aires, 1966, p. 98.

[2] Gilman, S., The art of La Celestina, Madison, 1956, p. 75.

[3]Ibídem.

[4] Rojas, F., La Celestina comedia o tragicomedia de Calisto y Melibea, Edición de Russell, P., Editorial Castalia, Madrid 2001, p. 354.

[5] Ibid., p. 589.

[6] García Bacca, J. D., “Sobre el sentido de conciencia en La Celestina”, Revista de Guatemala, Guatemala, 1945.

[7] Gilman, S., Ibid., p. 78.

[8] Rojas, F. de., Ibid., p.223.

[9] Ibid., p. 421-422.

[10] Ibid., p. 246-247.

[11] Ibid., p. 327.

[12] Ibid., p. 420.

[13] Ibid., p. 516.

[14] Ibid., p. 228.

[15] Ibid., p. 329.

[16] Ibid. p. 363-364.

[17] Ibid., pp. 327 y 334-335.

[18] Ibid., p. 354.

[19] Ibid., p. 440.

[20] Ibid., p. 446.

[21] Ibid., pp. 450-452-

[22] Ibid., p. 545.

[23] Ibid., p. 551.

[24] Ibid., p. 550.

[25] Ibid., p. 547.

[26] Ibid., p. 597.

[27] Ibid., p.598.

[28] Ibid., p. 597.

[29] Ibid., pp. 600-601.

[30] Ibid., pp. 615-616.

2 thoughts on “Melibea: percibida y reflejada

Leave a comment